Song: Haust by Ólafur Arnalds.
Follow @imjustafox and @manumanuti on Instagram.
Andy llegó con su tuk tuk a las 8am para recogernos. Nos dio algunas instrucciones y partimos hacia las ruinas.
Primera parada: Angkor Wat. Desde que rodeas el lago y ves el puente que da acceso al templo, sientes como poco a poco, se te va apocopando el aliento.
– ¡Qué ridiculez!
– ¡Qué estupidez!
Caminamos a lo largo de la explanada central, con sus impactantes balaustradas con forma de cobra de varias cabezas, la diosa Nāga, que se puede encontrar constantemente representada en los templos budistas camboyanos.
Al costado del templo central, Arturo notó un punto ideal para sacar una foto, lo que no notó fue que estaba en medio de una zona pantanosa.
– Se me acaban de inundar los zapatos.
– Ni una peste por el resto del viaje.
Proseguimos, de manera vertical por el templo, que está construido a estratos hasta llegar a la parte más alta. Las torres monolíticas y talladas a detalle, miles de veces, son increíbles. Es difícil creer que todo esto fue construido entre los siglos XII y XIII.
«Lo mejor que ha hecho la religión por la humanidad lo podemos ver representado en el arte sacro. El hombre, en su afán por realizar obras dignas de un ser supremo, se dio a la tarea de perfeccionarse y perfeccionar su arte. La excelencia alcanzada por estos artistas, encomendados por distintas religiones, es paradójicamente, la expresión suprema de la capacidad del hombre como artífice personal. El hombre mismo se vuelve su propio Dios, y crea, crea cosas maravillosas, divinamente humanas»
Andy nos esperaba para llevarnos a través de la Puerta Sur hacia Angkor Thom. Unos monos locales se atravesaban por la calle, envalentonados, masticando fruta e ignorando a los turistas.
– Ah changuillos aplicando la indiferencia.
– De a #bitchdontcare.
Bayon, la capital de Angkor Thom es un templo de gigantes de piedra. Rostros masivos y estoicos que emergen de torres monolíticas, como si estuvieran supervisando los trabajos de restauración del templo.
– Que quiten esa grúa de mis fotos.
Caminamos por Angkor Thom, subiendo y bajando templos con escaleras vertiginosas, caminamos por grandes andadores, como la Terraza de los Elefantes, y nos adentramos un poco en el bosque buscando los famosos templos enraizados por los árboles y el tiempo.
– Andy, llévanos a donde están los templos esos, bajo las raíces y los troncos.
– Yes, sir. Respondió Andy, con un acento como Hindi, no se por qué.
Los distintos templos están conectados por caminos de nuestra época, por donde transitan otros vehículos, gente en bicicleta o «a patín».
El último templo que visitamos fue Ta Prohm, que a diferencia de los templos precedentes es un santuario amurallado y construido horizontalmente, sin estructura piramidal o montañosa.
La naturaleza en este lugar ha reclamado su dominio a través de los siglos, devorando con sus raíces los templos, derrumbando los muros, y enmoheciendo las superficies.
Aquí Arturo y yo nos alejamos del camino recomendado al turista, y trepándonos a los muros y árboles, cuasi indivisibles, nos encontramos solos rodeados de corteza y piedra.
– Este es mi templo favorito.
– Tengo hambre.
Comimos en un restaurante aún en la zona arqueológica, un plato de «flat noodles» con res y mariscos, respectivamente, y un té frío camboyano para la insolación.
Nos trepamos al Tuk Tuk y Andy nos llevó de vuelta al hotel. Eran $14 dólares, Arturo le dio 20.
– Hubieras visto su cara, casi se hace pipí.
En la tardecita platicamos sobre nuestro próximo destino, y reservamos algunas cosas.
Después de una cena a base de pescado y mango, nos vamos felices a a dormir, arrullados por el croar de las ranas camboyanas, y la emoción de viajar mañana a la capital tailandesa, Bangkok.
– «Bangog»
– Ese es el pintor, nosotros vamos a «Bangkok»
– Sale, ya quedamos.