The infinite temples of Bagan

Song: The Highest Journey by M83.

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Hoy visitaríamos la zona de templos de Bagán. Una promesa onírica, pero primero el desayuno.

Rentamos una e-bike, algo destartalada, muy, para los dos. Don Quijote y Sancho Panza, versión 2.0, en su burro mecánico eco sustentable.

Nos desplazábamos por los vericuetos arenosos, que como arterias facilitan la circulación a los templos más importantes.

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Con el acelerador a fondo, una anciana en bicicleta nos rebasó sin fatiga, al igual que una carreta, y un camión como de los 40, que tosía humo negro y levantaba el polvo como una tormenta en el desierto.

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Los núcleos budistas en este lugar son cuasi infinitos, regados entre el follaje y los arenales. Son más de 4000 los templos que emergen tectónicos del suelo como montañas de ladrillo. Algunos más pequeños son como termiteros comparados con otros monumentales, fortalezas míticas de otro mundo, «Tolkienianas», de la Tierra Media.

– ¿Hacia dònde?
– Hay un templo ahí, y ahí, y ahí.

Primero el Complejo Monástico Hsynphyushin. Fuimos hasta la parte trasera donde había una torre observatorio. No existía una manera protocolar, o arquitectónica, de subir, así que intentamos escalar las ruinas. Un ladrillo se desprende impregnando el aire de polvo arcilloso.

– Felicidades, acabas de destruir parte del patrimonio cultural de la humanidad.

Seguimos hasta Sulamani Guphaya, con su perfecto ladrillado, decoraciones en terracota, surcos de yeso, frescos murales, arcos y torres.

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Después Dhammayangyi, el más grande de los templos de Bagán, su estructura de ladrillo es similar a la de una pirámide maya. Por dentro tiene techos altos, pero no se puede acceder a los pisos superiores, o al menos eso creíamos.

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Un vendedor de pinturas (y coleccionista de billetes antiguos) nos enseñó un pasadizo escondido con una escalinata empinada para acceder al piso de arriba. Imposible de recorrer, solo hay un borde estrecho, que no quisimos atravesar para no tentar a la muerte, o peor aún, a la policía birmana.

De camino a Thatbyinnyu y Ananda, encontramos una pequeña colina. Desde arriba se podían observar con más claridad los templos y los senderos que nos llevaban a los templos.

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Y así, desafiando las leyes físicas en la e-bike llegamos a Ananda con su iconografía en piedra, placas de terracota, y sus 4 estatuas de Buda colosales, orientadas simétrica y cardinalmente en las 4 caras del cubo central.

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– Ya tengo hambre, vamos a comer.

Después de un bufete regresamos al hotel a tomar una siesta mientras se recargaba la batería de la e-bike. Y así un poco antes de las 4 nos fuimos a Pyathada Paya.

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La terraza de este lugar la hace un punto ideal para contemplar el amanecer y el atardecer. Llegamos con tiempo para disfrutar de las sombras que se empiezan a crear por el calar de la luz natural. Pero después, autobuses atiborrados de turistas llegaron conscientes de la vista espectacular. Decidimos escapar e ir hacia el este.

A toda velocidad en la e-bike, esquivábamos rebaños de cabras y bueyes, y arenas blandas, presurosos de no perdernos el atardecer birmano. Nos caímos.

– Tuve que aventarme para no morir.
– Me enterré la corona de espinas de Jesucristo en el pie.

Un atajo nos llevó fortuitamente a la misma colina que habíamos visitado en la mañana. Solos ahí, esperando, había un fotógrafo profesional, con su cámara que parecía un telescopio intergaláctico, su achichincle y un austriaco con calcetas de oficina y sandalias.

El sol comenzó a descender de manera vertical ocultándose detrás de un templo, aferrándose con sus últimos rayos a la tierra sagrada de Bagán. Un intento vano por perpetuar el momento más glorioso en lo efímero de un atardecer cotidiano.

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Regresábamos al hotel con los ojos y la memoria plenos, cuando la e-bike empezó con ataques epilépticos por el final de la batería. Faltaban 2 kilómetros para el hotel.

– Yo corro.

Más liviana la e-bike revivió con nuevos bríos hasta los últimos 500 metros. Arturo la impulsaba con su pie, como patín del diablo, mientras yo le daba empujones intermitentes. Lo logramos.

Un baño bien merecido, una chela y cena con el chileno. El día nos devolvió con creces las ilusiones invertidas.

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