Song: Le temps de l’amour by Françoise Hardy.
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Centro de Chiang Mai.
Por fin compramos nuestro boleto con dirección a Yangon, la capital birmana. El viernes nos vamos.
Fue difícil. Chiang Mai es de esos lugares que no te dejan ir. Cuasi mágico, cuasi adictivo. Cada día surge algo encantador, que te hace postergar la partida.
También desistimos de ir a Chiang Rai. Rentar una moto 500 salía en más de mil baht y no estábamos dispuestos a pagar eso.
– Quiero un bubble tea.
Pasamos por Delphine a la casa y fuimos juntos a comer. Nos platicó de un lugar para ir en la tarde, un parque nacional con un río para nadar.
El parque estaba a unos 15 kilómetros sobre la carretera, y después otros diez adentrándose por un sendero. Incertidumbre.
– Hay que detenernos a preguntar si vamos bien.
Un par de señoras Thai se reían de mí mientras hacía la mímica del nado de crol. Otro señor también sonrió cuando supo que estábamos buscando el río para tomar un baño. ¿Qué era tan gracioso al respecto? Curiosidad espontánea.
Un camino semi asfaltado y curvo, te lleva hasta la entrada del Ob Khan National Park. Estacionamos la moto y caminamos hacia el río guiados por el estruendoso zumbido fluvial – y los letreros que decían «hacia el río».
Hasta ese entonces, yo no podía entender por qué todos se habían burlado de mí cuando les decía que quería nadar en este lugar. Cuando llegamos ahí y vimos el color del agua, y la intensidad de la corriente, todo tuvo sentido.
– Échate una nadadita.
– Me meto ahí y voy a dar hasta el Río de los pescados en Jalcomulco, Veracruz.
La gruta de Ob Khan está formada por acantilados de 30 metros, gigantes de piedra separados por el río Mae Khan.
Un escorpión muerto justo a nuestros pies. Arturo odia los insectos. Caminamos un poco más.
– Ahora no puedo dejar de pensar en el escorpión. Seguramente hay hasta escorpiones acuáticos en el río.
– Los escorpiones acuáticos no existen.
– Ya eres biólogo, entomólogo, o ¿qué?
Entre el súbito pánico por criaturas letales, y la naturaleza alevosa de la corriente, abdicamos con la búsqueda del lugar perfecto para nadar, o por lo menos uno que no nos llevara a una muerte segura.
De regreso por el sendero hacia la carretera, Arturo sabía de mi decepción por la excursión al parque y mi consecuente amargura silenciosa. Me conoce muy bien. Sabe que cuando no hay verborrea de estupideces saliendo de mi boca todo el tiempo, algo me pasa. Detuvo la marcha por completo.
– Por lo menos aprende a manejar el scooter.
Por ridículo que parezca nunca lo había hecho. Es muy sencillo. Dos tres vueltas fueron suficientes. Mi humor había vuelto a la normalidad.
Volvimos a casa. Yo me desvanecí en el sillón, Arturo en la hamaca. Siesta fulminante.
-¿También te jeteaste verdad?
– Sí, en la hamaca. Me desperté con la cara como de Spiderman.
Despabile y baño.
Nos fuimos a cenar con Delphine y unos amigos suyos franceses de antaño a un bufete coreano. Te dan todo crudo: carne, pescado, pollo, puerco, calamares, pulpo, tofu, ensalada, y tú lo cocinas en una estufa instalada sobre tu mesa.
El mesero abrió la llave de gas, y luego raspó la cabeza de un cerillo. Una ola expansiva de fuego. Olor a pelo quemado, nada grave, solo unas pocas cejas incineradas.
Terminamos de comer, fue más difícil de lo que pensábamos.
– ¿Qué clase de lugar te hace preparar tu propia comida?
– Lost in Translation.
La noche estaba iluminada por velas a lo largo del canal y linternas voladoras que parecían estrellas rojas en el cielo.
En noviembre, la gente Lanna del norte de Tailandia suelta «linternas flotantes» (โคมลอย, khom loi) en el cielo durante el festival Lanna Yi Peng y el Loi Krathong. Se dice que trae buena suerte, y es considerado un símbolo de los problemas que se van volando lejos.
Compramos varias linternas y las liberamos juntos, los franceses y nosotros.
– Se desplazan lentamente como medusas de fuego en el mar nocturno del cielo.
Una catarsis de luz, nuevos amigos, y nuevas esperanzas.