Song: 7th symphony, 1st movement by Beethoven.
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Llegada al aeropuerto, check-in, control de seguridad, desayuno, baño.
– Hay pocas cosas que me desagradan más que los pelos en el mingitorio, la alopecia de huevos, pero además la banda que olvida cosas, como los sombreros en el aeropuerto…
– ¡No! mi sombrerito vietnamita.
En el aeropuerto logré perder 2 pertenencias en el lapso de 30 minutos, mi agua en el taxi y mi adorado sombrero vietnamita en el «security check». Arturo se salió con la suya, odiaba ese artilugio.
– Bueno, por lo menos ya no te voy a tener que pedir que te lo quites para las fotos.
Vuelo a Saigón, actualmente llamado Ho Chi Minh City, al sur de Vietnam.
Es la globalización consumada con sus McDonalds, Starbucks y Centros Comerciales.
Hasta 1975, capital capitalista y anti-comunista, bajo el dominio colono francés y las fuerzas gringas, es actualmente la ciudad más grande del país, y conserva el tono occidental.
La entrada a nuestro hotel era a través de un mercado de frutas, el Chợ Thái Bình, por un callejón estrecho que olía a comida de perro.
– Huele a Pedigree.
– Será que aquí viven los vietnamitas de buena raza.
Ya con hambre nos dirigimos al mercado Ben Thanh, muy parecido a los mercados mexicanos, con fayuca de ropa y zona de comida. Una señora nos aleteó el menú en la cara, entendía el inglés, nos convenció.
De manera muy dictatorial, apuntábamos con el dedo lo que se veía más rico para hacerlo nuestro, y pedimos una chela Saigón de tomar.
Hasta hoy no habíamos comido tan rico en Vietnam: Carne de res en hojas de betel, rollos de arroz de verdura y camarón, carne a la parrilla, puerco al carbón, y caña de azúcar envuelta en camarón.
– Esto es lo que yo esperaba de Vietnam, no esas sopas horribles, odio las sopas.
– Voy a preguntar si no tienen sopas, se me antojó una. Ah y otra chela ¿no?
Como digestivo, pedimos un café negro con hielo, el «cà phê đá». Uno de los cafés más ricos que haya tomado en mi vida.
– Ni un café vietnamita que vamos a tener que llevarnos a México.
– ¿Y si adoptamos un cerdito vietnamita?
Pues sí, en efecto fue una sorpresa descubrir, que Brasil, Vietnam y Colombia (en orden descendente), en combinación, producen 60% de los granos de café del mundo.
Para bajar la comida, nos lanzamos caminando a conocer dos pagodas.
La primera, Xá Lợi, es la pagoda budista más grande de Saigón. Es relativamente nueva pues fue construida en los años 50. Desde lejos se alcanza a ver la torre campanario de 32 metros.
– Se ve medio «chaira» ¿no?
– Si, vamos a la otra mejor.
La segunda pagoda, y que sí visitamos, es la del Emperador Jade. Un templo taoísta que convive armoniosamente con representaciones y detalles budistas.
El humo del incienso, alimentado por aceites y óleos, crea una neblina mística entre las estatuas de madera grabada: el Emperador Jade, sus guardianes, los generales que derrotaron al Dragón Verde y al Tigre Blanco respectivamente, algunas deidades y otras alegorías.
A las 3.30 en punto se dejó caer la lluvia. Una mujer se quitó un zapato y se sentó sobre él, magistralmente, para no mojarse las nalgas.
Nosotros nos tuvimos que refugiar en el templo taoísta bajo un árbol. Llegó el tiempo de reflexión profunda.
– Amo a los perros. Son igual de estúpidos aquí y en China.
– ¿Será que en China dirán «aquí y en México»?
Pasó la lluvia y decidimos tomarnos otro café frío y té de «refill». De regreso al hotel, ya en la temprana obscuridad de la noche, pasamos por fuera de la Oficina Central de Correos, la Catedral de Notre Dame y el Palacio de la Reunificación.
A este punto del viaje, ya cruzamos las calles con más seguridad, y un poco menos de cautela. Sin embargo el miedo de morir atropellado por alguna de las más de 4 millones de motos de Saigón, sigue presente.