The odyssey to Bangkok

Song: Play with fire by The Rolling Stones.

Follow @imjustafox and @manumanuti on Instagram.

Nos hemos vuelto expertos en empacar. Velocísimos.

Arturo es más ordenado, dobla ropa en perfectas figuras geométricas que luego acomoda con sigilo y presión al interno de la mochila. Yo más bien doblo todo al viento, y lo empujo arbitrariamente hasta el fondo.

– Ya llegaron por nosotros.
– Espera nada más hago pipí.

En un minibús nos llevaron a la estación de autobuses, donde tomaríamos el transporte hasta Poipet, la ciudad fronteriza con Tailandia.

Nuestros víveres, unas Ritz de queso y unas Oreo clásicas, se agotaron en la primera hora de viaje.

Sesenta minutos después, la frontera.

– Tienes que llenar tu forma de salida.
– Yo no tengo ninguna forma de salida.
– Está engrapada en tu pasaporte menso.
-Ah.

Adiós Camboya.

Tuvimos que caminar un buen tramo hasta la oficina de inmigración. Todo bajo un sol severo y un fuerte olor a pescado que impregnaba el aire y nos perfumaba los pulmones de escamas y víseras.

– Huele a charal.
– La Paty Elo, mi madre, se muere con esta peste.

Sin contratiempos pasamos el control migratorio, y en una tuk tuk nos compactaron y arrearon como vacas hasta un restaurante cercano.

Hola Tailandia.

Comimos arroz frito con res, pollo y verduras, y conocimos a un polaco llamado Richard, uno de esos europeos que se mueren por conocer gente. Pobre no sabe que Arturo y yo somos Vinagrillo y Limoncín, respectivamente; así nos auto denominamos por nuestra tendencia a la amargura y nuestro odio generalizado por la humanidad.

Pero Richard nos cayó bien, y hasta le dimos nuestro Face.

Dos horas de larga espera en este restaurante que fungía también como estación de abordaje. La histeria se apoderaba de nosotros.

– Ya no puedo más, hijos de su madre Thai.
– Toma compré esto para los dos, se ve «yico».

Cambodia.JPG

Finalmente llegó el minibús. Por suerte para el encargado del viaje. Había un odio incipiente y generalizado en su contra, y ya le habíamos rezongado mucho por la indignación acumulada.

– Ya viste, el chofer se parece a Pacquiao.
– Ni un Manny, a este sí no nos le podemos poner de altaneros.

Compramos una bolsita de piña con chile en polvo -qué mexicano- y más galletas, unas Loacker mini, rellenas de crema de avellana. Resignación, aún teníamos 4 horas de odisea hasta Bangkok, con las rodillas plegadas en el espacio diminuto y limitado del minibús.

Nos dejaron al atardecer en un mercado de alto tránsito humano y húmedo, con goteras y ruidos de caos y desconcierto. No teníamos ni idea de cómo llegar al hotel.

Por fortuna, la ciudad se encuentra llena de franquicias gringas, y el Wifi de un Starbucks fue nuestra salvación. Optamos por rechazar el remedio simple del taxi, e intentar tomar un microbús como sugería el Google Maps.

Oxidado por dentro, con ventiladores giratorios colgando del techo y un cobrador púber con pocos pelos en la cara, el «micro» prometía una nueva aventura.

– Esta cosa es de lo más «antuiguo».
– Y lo conduce «Don Ramón» versión Thai.

Saltamos del camiòn aún en movimiento, emulando a una señora, al parecer muy experimentada en el arte de lanzarse de un vehículo antes de frenarse por completo.

– No bueno, bueno, bueno.

Por fin arribamos al hotel. En un viaje de 7 horas que terminó prolongándose a 12. Salimos a cenar y nos fuimos a acostar. El desgaste físico y emocional había sido sumamente demandante, Arturo y yo nos miramos y sonreímos en silencio.

«Maybe we could express ourselves more fully if we say it without words. Should we try that? (The Darjeeling Limited).

Cambodia.JPG

Un comentario en “The odyssey to Bangkok

Deja un comentario