Song: The Video Dept by The Radio Dept.

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Viajamos durante 10 horas en un autobús hasta Yangón. Llegamos a las 5 am, y apenas pusimos un pie en tierra firme, una manada embrutecida de taxistas nos emboscó.

Teníamos ya el nombre y la dirección de una «guesthouse» en el centro, así que decidimos caminar ante la inconformidad generalizada de los taxistas por perder dos clientes seguros.

Al parecer serían unos 4 kilómetros. Nos ajustamos las cintas de las mochilas y emprendimos el camino. Después de dos kilómetros por una carretera polvorienta y mal olorosa, revisamos nuevamente el mapa. Eran 14 kilómetros.

Cruzamos la calle y en una parada de microbús preguntamos con el mapa del iPhone en la mano. El micro llegó instantáneo, en ese momento, nos subimos y caminamos por el estrecho corredor hasta la parte trasera de esa carcacha motorizada carcomida por el salitre del tiempo.

La gente, todos locales, nos miraban como si fuéramos animales exóticos, o personajes de circo. El bizco sentado junto a mí comparaba el color de su brazo oscuro de melanina con el mío, y se reía con los dos únicos dientes como estalagmitas que le colgaban de las encías, mientras me daba palmaditas fraternales en la espalda.

El microbús nos dejó a unos metros de la «guesthouse» que resultó ser una casa antigua a un soplo y medio de colapsar y derrumbarse.

– Mejor le seguimos ¿no?

Caminamos unos cuantos metros y encontramos un hostal muy japonés, de nombre y decoraciones niponas. Okinawa. Dos colchones botados en el piso con un mosquitero blanco, aire acondicionado y baño compartido. Nos lo quedamos.

Salimos a desayunar a un lugar de esos que, desde que los ves, sabes que algo está muy bien. Huevitos estrellados y un pan nan con crema y azúcar. Té de cajón.

Regresamos al hotel a dormir.

– Yo si vi que te «jeteaste» durante el viaje.
– Uno nunca descansa completamente en los autobuses.

Ya con el sol menos intenso y unas nubes grises abundantes, nos dirigimos a la Pagoda Shwedagon. Quizá el templo budista más importante de Burma.

Un templo de 2600 años, modificado y ampliado a través de cientos de años por cientos de reyes, fue erecto para proteger 4 reliquias del cuerpo deBuda, entre ellos 8 cabellos.

– Por andar regalando sus pelos se quedó calvo, como tú.
– Ya quedamos.

Arturo no quizo entrar. Se opuso estoicamente a pagar los 8 mil kyat (8 dólares) del ingreso. A mí me fastidió un poco, pero igual pagué y entré.

El templo y sus espacios de oración se encuentran en trabajos de mantenimiento y restauración. El andamiaje de bambú de la Pagoda impide admirarla íntegramente.

La gente se mueve arbitrariamente por las terrazas como palomas en el parque buscando migajas de pan. Otros se echan en el piso de los templos periféricos a comer o a dormir.

Un niño se acerca a unos bebederos en forma de búhos, y toma agua de un pocillo metálico público. Después camina despacio hacia su madre que ora en el templo de rodillas balanceándose en su propio eje, hacia atrás y hacia adelante, poseída por un fervor de plegarias a Buda.

Di la vuelta entera pasando por las 4 entradas cardinales, y sin más que ver o hacer, me reuní con Arturo.

Fuimos a caminar a lo largo de The People’s Park y lo rodeamos, cuando nos topamos con una manifestación estudiantil. Es grato ver estos movimientos populares en todo el mundo, en México, en Hong Kong, y ahora aquí. Nos dio un poco de nostalgia no estar en México involucrados en la «revolución» de Ayotzinapa, pero al final de esta semana ahí estaremos.

Luego nos alcanzó el atardecer. Entramos a una plaza y cuando salimos ya estaba todo oscuro.

Cuando volvimos al hotel estábamos exhaustos, por los casi 10km compresivos que caminamos en el día, y adolorados por las chanclas que vulneran las ganas, y la pata de gallo filosa que corta en dos el pie, entre el pulgar y el índice, como cuchillo a la mantequilla.

Mañana visita a la Embajada de Tailandia. Tenemos que arreglar un asunto diplomático.