The miraculous breakfast of Tachileik

Song: The greatest bastard by Damien Rice.

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Un sol abrasante nos despertó en la mañana. El viento cómplice se encargó de correr las cortinas mientras dormíamos.

Teníamos antojo de algún desayuno occidental, unos huevitos estrellados con tocino.

Buscábamos un restaurante mientras caminábamos hacia el Templo principal de Tachileik, la Pagoda Shwegadon, a un kilómetro y medio del hotel.

A mitad del camino, encontramos otro templo: Phra Jow La Keng.

Arturo no entró al atrio central. Había que quitarse los zapatos y hoy se había puesto los Converse esos que tardan 10 minutos en amarrarse y otros 10 minutos en desamarrarse.

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Relativamente nuevo, contiene en su interior imágenes doradas de Buda y pisos de madera pulida, que reflejan a los jóvenes y ancianos, a niños y sus madres, durante sus visitas litúrgicas por la mañana.

Perros, gatos y hasta otras criaturas inesperadas, cohabitan en este lugar.

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Seguimos caminando hasta llegar a la cima de una pequeña colina donde está la Pagoda Shwegadon. Una gran explanada expone en su centro algo parecido a una campana gigante invertida con destellos de sol, un merengue colosal de oro brillante.

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– Hay que quitarse los zapatos otra vez.
– Yo de lejitos entonces.

Los fieles budistas colocan comida y agua a los pies del «Iluminado». Las ofrendas con el tiempo perecen ahí, inutilizadas por los mortales.

Un niño pragmático se toma el agua de una botella dejada por algún creyente. Hace bien. Entonces se da cuenta que lo he visto, me sonríe y escapa deslizándose por la explanada con sus pies descalzos y su sombrilla en la mano.

El hambre nos sacó casi a patadas del templo.

Ante la presencia homogénea de restaurantes Thai, nos replanteamos nuestro futuro gastronómico.

– Qué onda, ¿nos rendimos en la búsqueda de la comida occidental?
– Sí, entremos aquí.

Hemos recorrido todos los templos habidos y por haber. Buda nos tenía que recompensar en algún momento.

Sin pedirlo llenaron la mesa de panes rellenos de coco, tipo «bollitos», y «samosas» de carne. Nos prepararon nuestros huevos estrellados y un café con leche con las cucharaditas de azúcar precisas y la temperatura correcta. También un batido de frutas con hielo.

– Aquí está la clave del wifi. Nos dijo la mesera.
– Arturo, estamos desayunando en el nirvana.

Pagamos y nos fuimos a caminar un rato. Atravesamos un mercado de fruta fresca y flores.

Este mercado es casi idéntico a los mercados de Tailandia, excepto porque en la mayoría de los rostros, se aprecia la mancha birmana típica de la pasta de Thanaka.

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El sol era sofocante, casi perturbador. Tan perturbador como el hecho de que todos se nos quedaban viendo, como hipnotizados por un encanto, que evidentemente no tenemos.

Un policía nos persiguió todo el tiempo, entre corredor y corredor, mientras comprábamos Minute Maid, de naranja con pulpa y gajitos, en una tienda de conveniencia.

Volvimos al hotel.

En realidad la Pagoda Shwegadon y el mercado, es lo único trascendental en esta localidad fronteriza. Y bueno, la explícita amabilidad de la gente.

– Hello! Thank you for your visit! Nos gritó un anciano, mientras esbozaba una sonrisa con sus pocos dientes rojizos y podridos a causa de la hoja de betel y la nuez de areca, que mastican como estimulante en Burma y gran parte del Sudeste de Asia.

Nuestro vuelo era a las 5.30. Un Tuk-Tuk nos llevó al aeropuerto internacional, que al parecer consta de una sola pista y por ende, despega solo un avión a la vez.

– Escríbele a tu familia para decirles que los quieres mucho.

Durante la revisión del pasaporte, todos revisaban los nuestros como si fueran un pergamino antiquísimo del medioevo. Deben de ver pocos mexicanos por estos lares inhóspitos.

Llegó el avión de la Golden Myanmar Airlines que para nuestra sorpresa lucía bastante nuevo y en muy buenas condiciones. Abordamos y en el lapso de 1 hora con 10 minutos aterrizamos en Mandalay.

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Una señora envuelta en una mascada pasó todo el viaje con la cabeza recargada en el asiento de enfrente, con los diez dedos de las manos entrelazados y susurrando una letanía de plegarias budistas.

– Agradécele, que gracias a ella y a su Dios, no se cayó el avión.

Nuestro boleto incluía el shuttle al centro de Mandalay. Sin embargo cuando recogimos nuestras maletas todo estaba sepulcralmente apagado en el aeropuerto, no había ni shuttles gratis, ni taxis de cuota, ni nada.

Finalmente, después de varios minutos, conseguimos que nos metieran a una camioneta junto con otros pasajeros y nos trajeran al hotel por 5000 kyat.

Noodles con pollo y cerveza de barril para cenar. Mañana visitaremos 3 ciudades en un sólo día.

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